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El 22 de febrero de 2016 se presentó en la sede del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC) el libro de D. antonio Fontán "Marco Tulio Cicerón. Semblanza política, filosófica y literaria". (08/03/2016) |
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En el acto intervinieron D. Benigno Pendás, Director del CEPC, D. Arturo Moreno Garcerán, Biógrafo de D. Antonio Fontán, Dª Ana Moure Casas, Catedrática de Filología Latina de la Universidad Complutense, D. José Luís Moralejo, Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Alcalá y D. Antonio Fontán Meana, Presidente de la Fundación Marqués de Guadalcanal. |
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INTERVENCIÓN DE DON ANTONIO FONTÁN MEANA
Buenas noches. Quiero agradecer a los presentes su asistencia a este acto que para mi es importante. Se trata de la publicación de un libro inédito de Don Antonio Fontan.
Cuando Don Antonio era un joven catedrático que empezaba a frecuentar círculos monárquicos, Don Pedro Sainz Rodríguez le dio un consejo: que tuviera siempre encima de la mesa un trabajo a ejecutar en varios años. Una tarea a la que volver en los momentos en que disminuía la actividad política y que permitiese ocupar los ratos muertos.
Don Antonio siguió el consejo, y dedicó muchos años de su vida a Tito Livio. Lo que ocurrió es que la presión editorial le obligó a terminar aquella tarea, pero Cicerón, que era un tema ya antiguo en sus publicaciones, pasó a ocupar esa tarea a largo plazo.
Esta obra estaba casi acabada, pero si no hubiera fallecido Don Antonio, seguiría en elaboración. Gracias a sus discípulos, entre los que hay que citar a Doña Carmen Castillo, que por cierto se ha excusado de venir, a Eduardo Fernández, Luis Arenal y Luis Pablo Tarín, hoy tenemos esta obra sobre la mesa.
Las enseñanzas de Cicerón han sido muy útiles en España. En la primera filípica cita a los atenienses, que tenían el principio de borrar con eterno olvido todas las pasadas discordias. Ese fue el espíritu de la transición y de la Constitución. Y en caso de que se pretenda reformar o sustituir ésta, deberá ser igualmente el principio que inspire la nueva normativa.
Mañana se cumplen 35 años de un día difícil en nuestra democracia, que Leopoldo Calvo Sotelo cerró con habilidad, como Cicerón hizo con la conspiración de Catilina. Sancionó con rigor a los intervinientes, e impidió una caza de brujas que hubiera debilitado mucho la convivencia.
Creo que el libro merece la pena, y que el esfuerzo realizado puede ser satisfactorio para todos.
INTERVENCION DE Dª ANA MOURE CASAS
Ana MOURE CASAS
FONTÁN PÉREZ, Antonio, Marco Tulio Cicerón. Semblanza política, filosófica y literaria. Edd. E. Fernández y A. Fontán Meana; ed. literario.I. Peyró. Madrid 2016
Este libro, recién salido de la imprenta, es obra póstuma de Antonio Fontán, editado por uno de sus discípulos –Eduardo Fernández- y uno de sus familiares –Antonio Fontán Meana-, que en un auténtico ejercicio de pietas romana asumieron el trabajo ingente de reorganizar y revisar, en estrecha colaboración con Luis Arenal y otros compañeros académicos y discípulos de D. Antonio, el texto original que hallaron en distinto grado de elaboración, finalizado en algunas secciones e inacabado en otras. El libro, del que también es editor literario Ignacio Peyró, se presenta acompañado de otros trabajos ciceronianos del autor y va prologado por Benigno Pendás, Director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, en cuya colección Civitas acaba de ser publicado.
A lo largo de esta recensión, en la que se recoge parte de nuestra intervención en la presentación de esta obra, subrayaremos algunos aspectos que nos han parecido más relevantes, como (1) la dificultad que entraña realizar una monografía sobre la figura política, filosófica y literaria de Cicerón, un autor que ha provocado tanto interés, como cantidad de bibliografía, (2) la estructura del trabajo, (3) la manera de leer al autor antiguo, las páginas más destacadas y los rasgos del biografiado que más impresionaron al autor de esta biografía.
(1) A Cicerón se debe una obra muy amplia y variada, de la que nos ha llegado una parte muy importante. Tanto es así que resulta ser uno de los autores de los que hoy tenemos más información sobre su vida y más obras conservadas de diferentes géneros: escritos políticos, filosóficos y retóricos, cincuenta y ocho discursos conservados de los cien que aproximadamente escribió, cartas fechadas en su mayoría entre el año 68 y el 43, de las que unas ochocientas son del propio Cicerón y otras dirigidas a él por más de noventa corresponsales, y algunos escasos fragmentos de su poesía y sus traducciones del griego. En suma, lo que hoy nos ha llegado de Cicerón equivale a más de diez mil páginas en las ediciones modernas.
Además, Cicerón fue el autor romano de época clásica con mayor proyección, maestro de los escritores de las generaciones futuras, pero reconocido ya en su propia época, considerado autoridad indiscutible desde muy poco después de su muerte y estudiado desde entonces.
El interés que despertó Cicerón en los lectores posteriores es la primera razón que explica por qué se conservaron tantas obras y la amplísima bibliografía de toda época que existe sobre él. Por eso, un estudio global sobre la vida y la obra de Cicerón no es un trabajo que pueda acometer cualquiera. Requiere muchos años, si se hace con profundidad y con rigor. Es el caso del libro que comentamos, que es fruto de muchas lecturas a lo largo de toda una vida, porque Fontán escribió su primer trabajo filológico precisamente sobre Cicerón en 1947 (fue una recensión del libro de Walter Rügg, Cicero und der Humanismus). Dos años después volvió a Cicerón preparando una edición universitaria de un discurso, la Defensa del poeta Arquías y nuevamente en 1951 reseñando el Cicerón de Magariños. En 1957 publicó uno de sus trabajos más importantes sobre Cicerón (Artes ad humanitatem), recogido también en este libro y después, en 1963, un estudio sobre los conceptos gravis, gravitas antes de Cicerón, publicado en la prestigiosa revista Emerita. En 1966 reseñó las obras de Graff y de Büchner, en 1974 apareció otro de sus trabajos de más relieve sobre Cicerón y Horacio como críticos literarios, recogido en su libro Humanismo romano, donde también se halla otro más dedicado a la personalidad intelectual de Cicerón; en 1978, a propósito de la importancia de la retórica en la literatura latina, volvía obligadamente a Cicerón, como también en 1985 (reseña del trabajo de Leeman y Pinkster sobre el tratado ciceroniano de teoría retórica De oratore) y nuevamente en 1986 para estudiar el influjo de Cicerón en Vives. En 1990, al ocuparse de la revisión del ya citado Pro Archia añadía, para la misma editorial Gredos, la edición paralela, anotada y traducida, del discurso también ciceroniano en Defensa de Quinto Ligario. De los trabajos de los años siguientes, las páginas dedicadas a los discursos de Cicerón en el año 2001 enlazan ya con las fechas en las que empieza a trabajar en este libro, como se señala en su Introducción.
Quería subrayar con esto que Fontán publicó repetidas veces sobre aspectos filológicos concretos de Cicerón mucho antes de enfrentarse al desafío de hacer este trabajo global en el que invirtió parte de su vida. Creo por ello que estamos ante un libro de sedimento en el que se ofrece, con el estilo ágil, característico de Fontán –y que él solía considerar una de sus deudas con el periodismo-, con poco aparato erudito y con muy escasas citas de textos en latín sin traducción castellana, una visión general de cuál fue el significado de Cicerón en Roma, y, sobre todo, qué se puede aprender hoy de Cicerón, en qué medida sigue siendo un modelo para escribir y, más allá de eso, puede ser un modelo de vida.
(2) Un acierto sin duda de este trabajo es su estructuración, efectuada de forma que las distintas obras de Cicerón aparecen al hilo de su biografía. Así se puede observar cómo se fueron gestando en unos momentos concretos de su vida y también cómo era Cicerón o cómo se veía a sí mismo.
Un ejemplo tomado de sus primeros pasos en la política: Cicerón, como se subraya en este libro, fue uno de los pocos hombres de la Antigüedad que se hizo a sí mismo –self-made man-. No pertenecía a la nobleza, aunque tampoco al estamento más bajo de la plebe. Era lo que se llamaba un homo novus, pero por su formación, por su dominio de la palabra y también por su ambición política logró ascender de clase social y llegar a ser cónsul, que, como recuerda Fontán –pp.75ss.-, es el equivalente, más o menos, a ser hoy Jefe del Estado.
Pues bien, cuando Cicerón tenía treinta años, empezaba la carrera, el cursus honorum, con un cargo de cuestor en Sicilia. Era el primer escalón, poca cosa, pero Cicerón dice que él en el ejercicio de su cargo sentía que actuaba en el gran teatro del orbe, a la vista del mundo entero. No desaprovechó su estancia en la isla, en la que llegó a descubrir la tumba de Arquímedes al fijarse, mientras daba un paseo, en los grabados de una lápida que resultó ser la del célebre sabio de Siracusa y, sobre todo, aprovechó su estancia para dejar una fama merecida de buen gestor. Pero especialmente por esas palabras de Cicerón se consideró que era un hombre demasiado presuntuoso. Sin embargo, en esa misma anécdota, como anota Fontán –pp. 83ss-, Cicerón revela que era capaz de reírse de sí mismo demostrando que tenía ese sentido profundo de humor que nace de la autocrítica, como muestra el final de la narración de ese episodio, pues precisamente cuando había concluido su etapa de cuestor, Cicerón dice que volvía a Roma tan satisfecho de su gestión como cuestor en Sicilia, que había llegado a pensar que en Roma no se hablaba de otra cosa que de esa magistratura suya. Se detuvo unos días en un balneario cerca Nápoles y allí coincidió con gente importante que venía de Roma. Un día uno de aquellos ilustres personajes le preguntó qué día había salido de Roma y si había en la capital alguna novedad. No se habían enterado de que él había sido durante un año cuestor en Sicilia, y Cicerón añade al respecto: Durante el resto de los días que me quedé allí, me hice pasar por uno de los que iban a tomar las aguas en el balneario.
(3) Fontán leyó a Cicerón demostrando una vez más, como había hecho con otros autores, una gran capacidad de actualización para poner a los personajes en el mundo de hoy, tanto al propio Cicerón como a las personas que defendió o que acusó. Es lo que ocurre, por ejemplo, en lo que, en mi opinión, son las mejores páginas de este libro y las que suenan más actuales –el capítulo 2.7, titulado “Frente a la corrupción: las Verrinas”, pp. 93-128-. Se trata de los discursos que escribió Cicerón contra Verres, discursos de acusación, escritos a petición de los sicilianos, o más bien de la mayor parte de las ciudades sicilianas, que recordaban la valía y la honradez de Cicerón, demostrada allí en su etapa de cuestor.
Sicilia era provincia romana desde el 211 a.C., final de la segunda guerra Púnica y estaba gobernada por un funcionario romano, con el cargo de pretor que, entre otras misiones, tenía la de cobrar los tributos. La isla era rica en trigo, tan necesario para la población de Roma y pagaba en especie unos impuestos que se fijaban tradicionalmente mediante un pacto concertado entre los agricultores terratenientes, que representaban la clase alta de la población de la isla, y, de la otra parte, los llamados decumanos o diezmeros que establecían, previo el citado pacto, el diezmo de cosecha que había de ser enviado a Roma.
El pretor romano Gayo Verres había dado tan mal ejemplo de gobierno que, en realidad, había ido a la isla paratus ad praedam “a por el botín” o directamente a robar. Verres había empezado por cambiar el sistema de elección de los cobradores del diezmo y, amañando los concursos, había dado esos puestos a sus amigos; después abolió el antiguo sistema del pacto sustituyéndolo por el de un pago que se fijaba exclusivamente por la autoridad del diezmero.
Cicerón preparó cuidadosamente la acusación contra Verres y llegó a escribir siete libros contra él, aunque solo dos –uno de ellos, para una causa previa- llegaron a ser pronunciados. Se trasladó a Sicilia, habló con testigos y comprobó el latrocinio del pretor romano, al que se acusaba de concusión, es decir, de haber practicado en provecho propio exacciones ilícitas abusando de su poder. Se trataba de uno de esos procesos de repetundis que el derecho procesal romano permitía entablar contra los funcionarios corruptos.
Cicerón empezó su discurso haciendo un exordio que se convirtió en seguida en famoso e imitado. A Verres, dice Cicerón, le había condenado ya moralmente la opinión pública por la magnitud de sus delitos. El acudía al juicio como acusador, no para aumentar la impopularidad del pretor, sino para contribuir a la recuperación del prestigio de la república romana. No era un enemigo personal suyo ni de otro u otros ciudadanos particulares, sino de todos los sicilianos; en definitiva, era un enemigo del pueblo romano y de la justicia que debía imperar en la administración de las provincias del Imperio Romano.
Verres era un gran aficionado a las antigüedades y a las obras de arte, y había invertido muchísimo dinero en adquirirlas, cuando no las había robado directamente. Las tenía preparadas en una nave en la que se dirigió a Marsella, una ciudad federada de Roma, libre de la jurisdicción romana ordinaria, donde se exilió voluntariamente –ese fue el único castigo impuesto a Verres- y pudo disfrutar de sus riquezas y de sus objetos hasta que veintisiete años después se los arrebataron, junto con la vida, unos emisarios de Marco Antonio, otro de los enemigos de Roma, a juicio de Cicerón.
Efectivamente para Cicerón los grandes enemigos de Roma habían sido Catilina, que significaba la subversión de los cimientos del Estado por su planteamiento de una revolución populista, Verres, que significaba la corrupción y por lo tanto la deslegitimación del gobierno de Roma en las provincias y Marco Antonio, que significaba la monarquía autoritaria y, con ella, el final de la república. El juicio de Cicerón muestra bien, como subraya Fontán, que las Catilinarias, las Verrinas y las Filípicas no son discursos forenses, como otros discursos ciceronianos típicos del ejercicio de la profesión de abogado, sino fundamentalmente obras políticas que traslucen sus convicciones de republicano histórico y conservador, a las que se mantuvo fiel hasta el final de su vida, cuando ya muy pocos creían en ellas.
En el tratado De senectute se hallan otros rasgos de la personalidad de Cicerón, como las palabras finales del tratado, que pone en boca de Catón a propósito de la vejez y de la muerte, cuando afirma que el mayor consuelo del viejo es saber que el alma es inmortal y que “la vida no es morada permanente sino hospedaje temporal. Y si en esto me equivoco, en creer que el alma de los hombres es inmortal, me equivoco con gusto y, mientras viva, nadie podrá arrancarme de este error en que me complazco”. Proceden en última instancia de la teoría platónica de la inmortalidad del alma, que es bien sabido que fue aprovechada en la literatura cristiana a través sobre todo de Cicerón y San Agustín. Concretamente la imagen de la vida como posada y no como la casa propia se convirtió en un tópico de los sermones sobre la muerte desde la temprana Edad Media. En el libro que comentamos constituyen una de las escasas citas textuales del texto latino, lo que puede ser indicio de la importancia especial que les concedió Fontán.
Y, ante todo, creo que el acercamiento de Fontán a Cicerón se debe a su admiración por la personalidad unitaria del autor antiguo, que no se puede descomponer en la mera yuxtaposición de las diversas actividades, que en términos modernos se dirían profesionales, que realizó a lo largo de su vida -pp. 143 ss.-. Cicerón fue orador, abogado y escritor, el mejor de su época ... Pero su vida fue también la de un político romano. La unidad de su personalidad viene definida por las dos dimensiones sustanciales que la estructuran y dan el sentido de su vida: la del político comprometido en primer lugar y la del intelectual. Efectivamente la vida de Cicerón estuvo entregada a actividades diferentes ejercidas con coherencia, como también consiguió hacer Fontán en las distintas facetas de su dedicación a la política, a la universidad y al periodismo. Seguramente vio en Cicerón no solo un objeto de estudio, que también, sino un modelo de vida, lo que explica que el lector perciba que este libro está escrito con una cercanía muy especial entre el biógrafo y el biografiado.
INTERVENCIÓN DE DON ARTURO MORENO GARCERÁN
Intervención para la presentación del libro sobre Ciceron de Antonio Fontán en el Centro de Estudios Constitucionales . ( 22 de Febrero – del 2016 .)
Es para mi una satisfacción el poder participar en la presentación de este libro póstumo de Antonio Fontán sobre Cicerón .
Ese “ Romano de la Bética “ como describió Miguel Herrero a Antonio Fontán , tuvo en Cicerón una de sus referencias intelectuales y políticas más constantes y consecuentes .
No pretendo en mi intervención equiparar a Ciceron con el autor de esta libro nuestro Querido Antonio Fontán . Fontán fue un gran estudioso de su obra y de su vida , un sabio de otra dimensión , unos veinte siglos después .
Ciceron en opinión de Petrarca fue “ el Primer hombre moderno “o para otros ,el Primer Príncipe de las Humanidades, para todos “ una gloria egregia y universal “, el hombre que “ encarnaba el Espíritu Romano , con toda su fuerza transformadora “ , del que dijo Julio César “ Ha alcanzado la más bella de todas las glorias y un triunfo preferible a lo de los más grandes generales , pues vale más dilatar las fronteras del espíritu que extender los límites del Imperio “ .
Pero en sus respectivos cursus honorum se dan una serie de coincidencias y afinidades consecuencia sin duda de la influencia que , en sus reflexiones , Cicerón tuvo en Fontán .
1. La voluntad permanente de servicio a la res pública : ya fuera a la República , la monarquía o al Estado . Es decir servicio hacia los ámbitos y arquitecturas públicas e institucionales y hacia el Bien Comun .
Como recordó el Director de este centro en su discurso para su Toma de posesión como Consejero de Estado , citando a Jakob Burkhardt , “ el servicio al Estado fue concebido en el Renacimiento ”como obra de arte “ .
Ciceron pensaba que el sabio se realiza moralmente participando en el Gobierno del Estado y escribió “ la sabiduría , la elocuencia , el discurso racional y el ejercicio de la palabra tienen en la arena de la política su más noble destino “ . Fontán dejó escrito en su libro “ Humanismo Romano “ ( 1974 ) de claras reminiscencias ciceronianas “ El que ha vivido rectamente especialmente , si lo hizo al servicio del Estado , prolonga su vida en dos nuevos mundos , el de las almas , si son de algún modo inmortales y el de la gloria entre los hombres futuros “ .
Se trataría pues de otorgar Coherente primacía a la opción patriótica sobre la personal .
Fontán empezó en 1948 ( un año antes de sacar la Cátedra en Granada ) , a través de la Revista Arbor , a trabajar en el noble empeño de que España recobrase la vigencia de su proyecto histórico , vinculado a la restauración Monárquica , de una Monarquía moderna adaptada a la altura de los tiempos , que debía ser la piedra angular del proceso de reconstrucción nacional . Desde esos años , hasta el 14 de Enero del 2010 en que falleció siendo el Editor de Nueva Revista , es decir durante más de 60 años no dejó de preocuparse de los intereses nacional , de servir a España .
Como dejó escrito Rafael Llano “ Política es y ha sido su visión del mundo . “ . No se refiere tanto Llano a la estricta militancia política partidista ( que en su caso no fue significativa ) , sino cómo un hombre político puede ser un escritor que ejerce una influencia política sobre un público determinado ( opinión pública ) .
Fontán fue un político influyente ( en un sentido que excede la militancia ) . Desde la pasión por una causa , el sentido de la responsabilidad y la mesura , su actuación política siempre estuvo dotada de finalidad política y de sentido del deber , por seguir el canon Weberiano .
2. La aspiración estoicista .
Ese estoicismo que como Aristóteles pensaba se resume en “ la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo “o como dijo Michael de Montaigne “ la verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de si mismo “ .
En Cicerón su inclinación estoicista se daba por los aspectos de esa doctrina , que ponían su énfasis en la importancia de las virtudes sociales : la justicia , la humanidad , el valor civil , la devoción a la patria .
En su libro , casi testamental , “ De Officis “ Libro I , V aparece ya sistematizadas las virtudes cardinales : prudencia , justicia , fortaleza y templanza , que se desprende de los textos aristotélicos .
Para Cicerón el conocimiento de las virtudes cardinales debe llevar ímplicita una serie de compromisos personales y sociales : la honestidad como pauta de conducta vital , la solidaridad como exigencia a la pertenencia a una comunidad social , la participación activa y militante en la vida política de la ciudad como expresión de responsabilidad hacia los deberes superiores .
En Fontán este carácter estoicista se manifiesta en : La serenidad y grandeza de ánimo para soportar los males y las fuertes adversidades ( en palabras de S. Agustín esto sería la paciencia ) la templanza , la fortaleza , el buen juicio o el sentido común , o la búsqueda de la justicia política y la concordia constituyen otros ejemplos de estas afinidades . Aunque en el carácter discrepaban . Cicerón dicen que era voluble ( voluptuoso ¿ ) , cambiante , manipulador o conspirador insaciable y dicen que en la prosperidad su comportamiento desbordaba su autocontrol y en la adversidad se desvanecía , debilitándose su energía ( ciclotímico ¿ ).Para Mommsen ,el autor de la Historia de Roma , como se descubre en la estrena Fontán de este año ,Cicerón era “ un periodista en el sentido peyorativo del término , un tramposo en la política y un hombre sin principios ni carácter en la vida privada y en la pública “ . Pero ya se sabe que en Mommsen “ todo fue titánico , desmesurado , sobrehumano “
De D. Antonio todos conocéis “ la rectitud de sus intenciones , su noble obrar y proceder ante las situaciones y dilemas que plantea la vida , con estricta observancia de los Principios morales en los que firmemente creía , con una ética intachable en el ejercicio de sus responsabilidades , respetuoso siempre con las convicciones y las libres opiniones y decisiones de los demás .
Me gustaría poderle rendir hoy un Homenaje a las cualidades personales que yo pude ver en él por lo útil que puedan ser para otras personas , por su ejemplaridad . Así :
- La lealtad –Valor firme y permanente que recorre toda su trayectoria - como dijo Fernando de Rojas “ es la mayor de las valentías “ , la del que se atreve a ser fiel a su conciencia . Manifestada en la Constancia y veracidad en la palabra dada ( Fides ). Es el camino recto . La lealtad trata del cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad , las del honor y las de la hombría de bien .Viene bien recordar, en estos momentos , lo que dejo escrito referido a Francia “ la desesperanza es una deslealtad “.<
- La Perseverancia , Victor Hugo dijo que “ el secreto de los grandes corazones se encierra en esta palabra “ . La tenacidad , la persistencia que siempre mantuvo Fontán en todos sus proyectos , objetivos y metas son fiel exponente de su firmeza de carácter y la hondura de sus convicciones .
- Esa perseverancia iba acompañada de una generosidad hacia los demás admirable . Cumplió sin duda a lo largo de su vida el consejo de San Agustín “ Da lo que tienes, para que merezcas recibir lo que te falta “ .
Alguno de nosotros nos dejó el testimonio del hombre resistente y nos transmitió no sólo conocimientos , ni solo una forma de aproximarse críticamente para analizar las cosas , sino la ejemplaridad de su vida condensada en el sentido de su responsabilidad , la coherencia personal la altura moral de sus propósitos y su amistad .
- La Coherencia : la Fidelidad de sus actos conforme a su manera de pensar . Resultaba un hombre ecuánime , con esa limpia coherencia sostenida por una gran Fé en todo lo que hacía “ La Fé es el conocimiento del significado de la vida humana . El que vive es porque cree en algo “ decía Tolstoi . O como dice Unamuno en el Sentimiento trágico de la Vida “ Yo creo porque espero “ .
- La amistad : Esa que como decía Cicerón se reconoce en las adversidades y por lo tanto da más respuestas que preguntas .La que sobrevive al interés porque es leal a la conciencia y es gratuita .
Su bondad fue constante no quebrantada por ningún lance de la vida que perturbarse la nobleza de su corazón . Como dejó escrito Baltasar Gracián : “ ¿ Que importa que el entendimiento avance si el corazón se queda ? . A Fontán no le transformó ni el poder ni su influencia .No sólo procuro hacer el bien sino evitar el mal en lo que él pudiera . La reflexión cicerona propone dimensionar en su forma más transcendente la disposición humana de la comprensión hermenaútica y la empatía con el semejante .
Como dejo escrito Hannah Arendt “ Nobleza , dignidad , constancia y cierto risueño coraje . Todo lo que constituye la grandeza del ser humano sigue siendo lo mismo a través de los siglos “ .
3. El carácter pluridimensional o multidisciplinar de sus actividades . El ejercicio de la polypragmasia ( alguién dijo de Fontán que era “ poliédrico pero sin esquinas ” ) fue otra característica coincidente .
Cicerón fue un gran Orador , un gran maestro de la Retórica de elocuencia “ sobrenatural “ , Jurista , Filósofo , escritor y Político ( curiosamente en el Senado del que era un gran defensor ) .
Me interesa detenerme a analizar su faceta como Orador , que no solamente atiende al que es elocuente hablando en público , es decir el que se expresa divinamente en comparecencias públicas ante una cierta masa .
Es mucho más y entronca con el contenido de la Política que será el arte de lo posible y de lo razonable ( ceñida al Principio de Realidad porque si no esta practicará su venganza ) pero la Política , la que se practica en el ámbito democrático , es también el arte de convencer , sabiendo argumentar y persuadir . Haciéndolo con cierta pasión porque en esa transmisión se concentran los Principios , los Valores , las Convicciones y las ideas de una persona . Como escribió Cicerón “ La evidencia es la demostración más decisiva “ .
Cicerón exhibía sus portentosas condiciones en el ámbito del debate público . Allí relucía su dominio del arte de la retórica estructurado en torno al pathos , el ethos y el logos . Y también con el conocimiento de las técnicas retóricas que utilizan los tres estilos ( alto , medio y bajo ) que alterán el tono del discurso , que debe mover a flectere , probare y delectare .
Era un Maestro en los tres elementos de la retórica y por eso era un animal politicum único . La Gravitas Ciceroniana manifestaba toda su Fuerza expresiva ( prudencia y agujón ) en este ámbito .
Las actividades de Fontán , vinculadas por lo que él llamaba la Comunicación Política , se extendieron por los campos de la Política , el Periodismo y la Universidad .
A los saberes humanísticos – lecturas , escritos , - bien en su profundización o en su transmisión dedicó una gran parte de su vida , a la tarea de formar diversas generaciones de universitarios . El Periodismo que en una primera etapa , año 1954 con Nuestro Tiempo , la Actualidad Española , respondía a la idea de ir creando en España , una conciencia pública , nacional y democrática , despertando a la España consciente y enfrentando a los españoles con sus problemas y su destino , rescatándola de su “ Tibetanización “. En los plúmbeos años 50 y 60 el periodismo era la forma más directa de hacer política . Como dejó escrito Julián Marías “ La España de 1960-1965 no era un país subdesarrollado sino mal desarrollado “ Murió dirigiendo una publicación cultural .
Aunque todo lo que hizo tenía una finalidad política , a raíz del Manifiesto de Lausana de 1945 donde definía el papel de la Monarquía “ como ese instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles “ . A partir de esos años D.Antonio luchó sin desmayo por la democracia , el sistema de libertades , la Constitución democrática todo ello construido bajo la piedra angular de la Monarquía Parlamentaria .
Fontán que desde el punto de vista de la formalidad Oratoria no era descollante sin embargo fue una constante en su vida , el gusto por el debate , por la conversación clarificadora , argumentando siempre con fundadas razones y el tono adecuado ,escuchando con gratitud e interés , la opinión de los demás procurando integrarlas en las soluciones en lo que pudieran tener de razonables .
Como decía Montaigne “ la palabra es tanto de quién la declama como de quién la recibe “
Argumentaba desde la precisión del conocimiento , con el Tono y el Tacto de los sabios ( que es “ la inteligencia del corazón ) “ , analizando los hechos desde su correspondiente perspectiva , con derecho a la distancia , procurando evitar el crónico lenguaje divisorio y de confrontación no sólo porque este tiende a crear barreras que impiden el diálogo y la acción política , sino porque además tiende a perpetuarse y acrecentarse por la creación de un modelo de estilo político inadecuado para el ejercicio de la política que se recrea en lo accesorio e infértil y se desvía de los verdaderos problemas .
4. Sus cualidades intelectuales . Aunque el término no estaba registrado en sus tiempos Cicerón poseía todas las cualidades de lo que se entiende por ser un intelectual y Fontán , en su tiempo histórico y desde su conciencia de época y en un ámbito mucho más reducido también lo fue .
El término intelectual , acuñado por Clémenceau ( en 1894 ) para referirse a los hombres del saber que se implican en el debate político a raíz del caso Dreyfus .
Espiritus lúcidos y equilibrados que fundamentaron el carácter crítico de su pensamiento sobre la libertad de su conciencia . El prestigio de su criterio , justo y ponderado , se basaba en la inmensidad de su cultura aplicada con pragmatismo a los grandes asuntos nacionales a través de la composición de una narrativa de estructura extraordinariamente completa , convincente y eficaz .
Esos juicios emitidos desde un sustrato humanista y de principios universalistas e intemporales , son precursores de las funciones propias del intelectual , que sin embargo en diversas ocasiones como denunció Julien Benda ( 1927 ) en La Traición de los intelectuales se han puesto al servicio de las causas particulares en sus diversas modalidades .
Alertemos pues como dice Alainc Minc sobre la disolución de las grandes narrativas porque conlleva la dispersión de los desafíos y la atomización de las causas .
Fontán por sus conocimientos , su cultura y la experiencia se podía permitir también realizar análisis globales sobre asuntos públicos de gran profundidad y extensión acercándose cautelosamente a los problemas . Poseía por ello eso que Ortega echaba tanto en falta , en su combate frente a “ la barbarie del especialista” no es la menor desventura de España – decía Ortega - , la escasez de hombres dotados de talento sinóptico suficiente para formarse una visión íntegra de la situación nacional donde aparezcan los hechos en su verdadera perspectiva “.
Efectivamente Fontán era un maestro en fijar y en encuadrar eso que Ortega llamaba “ las realidades permanentes “ .
4 . El Humanismo .
Cicerón fue un verdadero precursor en la promoción de los saberes helenísticos en Roma .
Como recordó Paul Valery a Grecia le debemos “ la disciplina del espíritu “ y a Roma “ el modelo eterno de la potencia organizadora y estable “ . La Roma de Ciceron complementa el pensamiento especulativo de Atenas , orientándolo hacia el principio de la realidad , la organización de la convivencia a través del Derecho , el valor de la experiencia y de la deliberación en los asuntos públicos que en ocasiones podía concluir con soluciones eclécticas o consensuales.
En Fontán la significación de la cultura greco- latina se engrandece con la huella indeleble que supuso para él la civilización judeo – cristiana , él fue toda su vida , en su limpio actuar y con sus obras , un servidor y seguidor de las palabra de Jesús de Nazareth que da un sentido nuevo a las cosas y a la vida humana , con un permanente sentido de la transcendencia del ser humano sostenido en una ética que obliga al examen de sí mismo , a la vida interior . En palabras prestadas de Laín Entralgo , la Fe religiosa representó “ una certidumbre sobre el sentido última de sus actos “ .
El sustrato de la conciencia europea se construye sobre estos tres pilares .
En Cicerón siempre llamó la atención su disposición hacia la armonía , que debe haber entre arte , ciencia , poseía , política y todo saber en general . En la defensa de Arquías a esto lo llamó Humanitas y se refería a cultura , educación y pedagogía .
Por su conocimiento de la cultura griega , que incorporó y asimiló en el seno de la cultura latina y de la importancia de la Filosofía que también refleja en su libro Hortensius , libro desaparecido que conmovió a San Agustín de Hipona .
Es evidente además Cicerón fue un gran Consejero de Emperadores y Senadores romanos porque su prestigio y sabiduría le hacía ser enormemente influyente .
Fontán en el tiempo histórico en el que le tocó vivir y en el espacio geográfico fue otro erudito : del latín , de las lenguas clásicas , de la filosofía , de la historia ( solía repetir la frase de Cicerón de que “ Ignorar la Historia nos condena a ser siempre niños “ ) .El sentido histórico de ambos en el tiempo político que le tocó vivir constituía un referencia obligada en sus consideraciones . Decía que había que leer a los clásicos para aprender de la propia experiencia y de cómo se desarrolló la libertad en Occidente .
En Fontán su arraigada conciencia humanística es el eje que agrupa sus cualidades y el sentido de muchas de sus acciones . Esta bebe de muchas fuentes . Nutre su espíritu del saber y del conocimiento , se fortalece por la experiencia , se engrandece por tener una visión transcendente del hombre más allá de su finitud y se expande por su voluntad de ser fértil a los intereses comunes de la Nación , donde deben converger todos los esfuerzos .
Quizás el significado más actual y políticamente más apropiado del término humanismo es el que otorga el prestigioso diccionario Webster “ El nuevo Humanismo es una doctrina filosófica del siglo XX que se distingue por su Fe en la moderación , en la dignidad de la voluntad humana y en el sentido de los valores permanentes “ .
En su libro Príncipes y Humanistas , desde el conocimiento de la obra y la relevancia histórica de estos personajes , filósofos de la cultura , las letras , la religión , la sociedad y la política que estuvieron en inmediata relación con los Príncipes de sus respectivas generaciones . Se trata de los Papas , Reyes , soberanos , cancilleres y prelados , nobles o ministros . Fontán señala “ unos y otros mantenían un diálogo de doble dirección . Los filósofos se dirigían asiduamente a los gobernantes con proyectos , opinión y consejo y los príncipes habían de tener en cuenta lo que decían . Fontán en algunos momentos de su vida jugó en ocasiones este papel , para el que tenía las mejores condiciones “ .
También esos llamados “ Hombres puente “ no sólo porque tienden puentes para acercar posturas sino que para ayudar a solucionar conflictos y para ello no sólo hay que tender puentes sino cruzarlos para transmitir el mensaje al destinatario .
6. Autoritas y Gravitas . Factores diferenciales .
En Cicerón su posición de prestigio moral le otorgaba una Supremacía en los asuntos políticos . La autoritas senatus se refería a la influencia en el Senado de su opinión . La auctoritas es algo que arranca de la entraña profunda del alma romana , se explica desde la razón histórica , forma parte de la raíz íntima de íntima de la romaneidad , en el mundo espiritual , hecho siempre tradición de los romanos .
En Fontán la extensión de su Cultura , su preparación intelectual , generadora de experiencias y saberes diferentes , se concreta en la solvencia de su criterio el cual no conllevaría solamente sólo a su autoritas , sino fuera acompañado , de la altura de sus propósitos , su pulcritud moral , la coherencia entre su forma de actuar y de pensar y una enorme generosidad con los demás .
La autoritas que desprendía Fontán , remarcaba su carácter moral , la única que tiende a permanecer en el futuro cuando el poder y el éxito antaño obtenidos , se desvanecen en el laberinto y la inmensidad del tiempo como “ verduras de las eras “ . era conocido su estoicismo , serenidad y templanza ante las adversidades .
Tenía esa virtud romana , que Cicerón conocía también , que era la de la Gravitas es decir el aplomo , gravedad , templanza ante la importancia de un asunto y determinación ante el propio sentido del deber .
7 .Maestro .
Brillaron ambos más como hombres de pensamiento , en el caso de Cicerón como maestro de la oratoria y como escritor . Es conocida su proclividad a la política , pero los dos proceden digamos de la sociedad civil . Cicerón era un brillante abogado que pudo demostrar su capacidad como cuestor ( magistratura menor y temporal ) del gobernador de Sicilia contra un antiguo gobernador Cayo Verres , que había expoliado a los sicilianos de su riqueza . Allí se batió contra el gran abogado Hortensio al que enmudeció en su alegato ( las famosas Verrinas ) .
Fontán a los 26 años era Catedrático de Latín en la Universidad de Granada , después de haber sido un brillantísimo estudiante , de lecturas incansables .
Todos los que le conocimos y tratamos en las postrimerías de los años 70 que estábamos ante un auténtico Maestro que no sólo transmitía unos conocimientos concretos , sino que enseñaba a pensar de forma crítica y abordad con honestidad y rigor intelectual los distintos problemas . Las causas de las cosas y la pluralidad de efectos que se podrían producir según la decisión que se adoptara .
Será especialmente recordado por la dedicación que tuvo a la tarea de capacitar hombres libres . capaces de deliberar y decidir de manera congruente . Porque Fontán quería personas que tuviesen opiniones bien fundadas, libres y comprometidas .
Como dijo Borges “ No hay acto que no sea una coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos “ .
Marco Aurelio decía “ Examina de donde ha salido cada cosa , de que elementos se compone , en que cosa se transmudará , cual será después de mudarla , sin sucederle por ella mal alguno “ .
Todo ello constituía un ejercicio intelectual apreciable pero sobre todo significaba un ejercicio moral sin concesiones en la búsqueda de la verdad .
Nos alentaba a que ejerciéramos nuestra libertad a que asumiésemos nuestras responsabilidades personales y cívicas en el tiempo y la cultura a la que pertenecíamos . “ Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta “ decía Publio Siro .
Fue un gran forjador de personas útiles para la sociedad . Dejando una gran escuela en la Universidad , el Periodismo y la Política .
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8 . El Sentido de la Política .
En Fontán el sentido del deber , la responsabilidad moral como sustrato constitutivo de su explícita voluntad de servicio está muy presente en toda su trayectoria .
Fontán siempre pensó que los países se construyen mirando al Futuro , con optimismo y voluntad indeclinable . Recordaba a T. S Elliot “ las cosas y los hechos son irrevocables y el futuro sólo puede construirse sobre el pasado real “. Los políticos no deben dejarse de sugestionar por la superstición del pasado .
Así p.ej cuando llegó a la dirección del Diario Madrid dijo que estaba allí “ para cumplir con el deber moral y profesional de practicar y defender la libertad de expresión en circunstancias especialmente difíciles “ .
En el Acta fundacional de Nueva Revista declara que el valores principistas que aparecen como fundamento de su acción política son : la cultura o el humanismo cristiano, el liberalismo político y el patriotismo español .
Para Fontán la política era otra cosa , derivada de una concepción ( greco- latina la de la polis griega y pensaba que “ los españoles cada uno de nosotros somos continuadores del legado moral y político que hemos recibido de nuestros antepasados : España es su historia y su futuro . Tenemos el deber de honrarlo y transmitir esos valores históricos acrecentados a nuestros descendientes “ .Para él es el relevo generacional , encarnado en personas libres y responsables , lo que garantiza la continuidad y el progreso nacional .Recientemente John Elliot acaba de decir que “ España tiene necesidad de reconciliar sus generaciones “
Para él la Política desde la encrucijada histórica que le tocó vivir representó un ejercicio de ciudadanía , un compromiso inderogable con la historia de España y su futuro , una voluntad firme y compartida ( la política siempre se hace con otros ) de superación nacional .
En Cicerón su motivación estaba en el compromiso y el respeto al pasado , la Historia y a las tradiciones de Roma . El servicio a la causa de la continuidad histórica de Roma , era un valor supremo .
Cicerón defendió la concordia ordinum , la colaboración armónica de las diversas clases para el sostenimiento de las instituciones republicanas .
No voy a caer en la digresión de lo que significó para Cicerón el retomar de los griegos el concepto de “ Constitución mixta “ ( elemento monárquico el Consulado , el aristocrático el Senado y el democrático en las Asambleas populares ) . El estado que más se acerca a su ideal es la res pública romana , que logró su plenitud a través de siglos de formación .
Su aportación teórica , la defensa del Derecho como forma jurídica del Estado , estaba en consonancia con la necesidad de que el Estado romano necesitaba una legitimación .
Tanto en la vida de Ciceron como en la Fontán existieron claros fracasos políticos . “ Enorgullecete de tu fracaso que sugiere lo limpio de tu empresa “ .
Fontán tuvo una vida política corta ( Con Joaquín Garrigues en la FPDL y en la UCD y después de alguna escaramuza dejó la política )
Cicerón su apuesta por Pompeyo en contra de César en el Triunvirato , tras el asesinato de César , Cicerón retornó apoyando a Octavio y oponiéndose con fuerza a Marco Antonio . Fue asesinado por los partidarios de Marco Antonio .
Eran hombres de Estado y por lo tanto gente que arriesgaba , su prestigio , su carrera , sus intereses en el camino político que hay que recorrer para servir a la causa nacional , al interés de todos . Porque no nos engañemos ni auto -indultemos “ Somos responsables de lo que pudimos evitar “ .
9 . La Monarquía , el Liberalismo político y su Patriotismo .
Fontán había adquirido en el ámbito familiar una inequívoca fidelidad monárquica , sumándose pronto a la Monarquía propugnada por D. Juan explicitada en 1945 en el Manifiesto de Lausana donde se decía que nuestro país necesita “ un instrumento de paz y concordia para la reconciliación de los españoles “ y ese instrumento es la Monarquía .
Fontán pensaba que la Monarquía representaba la continuidad de los españoles con su historia y el espíritu de unidad nacional necesario sobre el que habría que cimentar la reconstrucción del país e impulsar un proyecto de convivencia y de modernización .
Para Fontán todo el proceso histórico de formación de la Nación , salvo breves y desastrosos períodos de tiempo , ha ido acompañado por la Monarquía española . Al servicio de la Monarquía , a la que consideraba la piedra angular del proceso de reconstrucción nacional dedicó no sólo su vida pública sino gran parte de sus afanes intelectuales y profesionales . La Corona en su marcha histórica hacia la recuperación de su vigencia y misión nacional tuvo en D.Antonio un ejemplar y leal servidor .
Su liberalismo político.
Para mi hay más liberalismo un Liberalismo en este párrafo escogido de la Carta de Navidad en 1967 a los lectores del Diario Madrid que en nada :
“ La Libre y abierta discusión , la búsqueda de la verdad y del bien por todos los caminos , el derecho a equivocarse y el derecho natural a disentir sin más límites que el respeto a las libertades y a la dignidad personal de los otros , son la base moral de una sociedad moderna “.
Para Fontán, por razones históricas, políticas e ideológicas, la Constitución de Cádiz de 1812 tiene una enorme significación. Es un factor esencial de su liberalismo político y un elemento constitutivo de su patriotismo plural en referencias y dimensiones. En Cádiz por primera vez se emplea el término Nación para designar una Comunidad Política. En el lenguaje de Derecho Público Nación implica Soberanía. En Cádiz se proclama el principio de soberanía nacional que establecía que ésta “reside esencialmente en la Nación” entendiendo por Nación “La reunión de todos los españoles. Para Fontán la doctrina de la soberanía nacional” sostenida con inestimable tenacidad por los liberales progresistas y moderados del siglo XIX” fue la primera gran aportación política del liberalismo a la organización del Estado.
Fontán coincidía con Ortega en la proclamación que éste hacía sobre la magnanimidad del liberalismo “ese principio de ética y derecho”.
El liberalismo de Fontán no era lineal, de tarifa plana sino que tenía diversas referencias. Era, como se decía de Ortega, Liberal por español.
Fontán pensaba que la democracia liberal necesita someterse constantemente a un proceso de reforma. El sistema ha demostrado su capacidad para asimilar conflictos sociales y conducirlos a formas más o menos llevaderas, pero portadoras de convivencia constructiva.
Los abusos que han existido y seguirán existiendo sólo se limitan por medio de un sistema de control democrático que genera publicidad y obliga al gobernante a estar siempre explicándose ante la gente y a rendir cuentas de su gestión en el parlamento o cualquier otra instancia institucional (accountability, rule of law y transparencia en definitva)
El significado de su patriotismo.
El patriotismo de fontán tiene su base en la responsabilidad moral, y se manifiesta, en el deber inexcusable con la Nación, en un afán de servicio que empuja a actuar, con voluntad firme y compartida de superación nacional para estar a la altura de la responsabilidad que exigen los tiempos.
Se trata de un patriotismo realista, constructivo, conciliador, integrador, claro y profundo, leal con el legado moral histórico recibido de las generaciones pasadas (España y toda su historia con todos sus valores y éticos) y proyectado a un futuro mejor, a una esperanza nacional compartida.
No parte el patriotismo de Fontán “de una crítica acerba y un reconocimiento valeroso del enorme fracaso español” como el que inspiraba Ortega. No era ese el Ortega en que más se reconocía; Fontán prefería el Ortega que recomendaba “licenciar las palabras recibidas”, “los credos agónicos”, “la cordillera de tópicos falsos e insuficientes” que tanto daño han hecho a nuestra convivencia, tanta energía inútil han derrochado y tantos proyectos han malgastado y dilapidado en una España exenta de ideales unificadores. Ya era hora de clausurar la inagotable recreación existencial sobre España, la perpetuación de lo negativo, la irreversibilidad de lo imaginado, la complacencia en lo convenido, inútil y erróneamente, como inevitable.
El patriotismo que requerirá España era el del quehacer diario, la obra bien hecha, la tarea propia sumada al esfuerzo común que contribuya a mejorar el porvenir nacional. Un patriotismo activo, generoso, abierto, magnánimo, dinámico con el coraje necesario para reorganizar la esperanza española.
La patria es una tarea por cumplir, un problema a resolver, un deber que la sociedad puede resolver si la empuja el heroísmo. Fontán y su generación política, aquella con la que compartía inquietudes intelectuales y objetivos políticos, trabajaron siempre para legar a las generaciones futuras una España mejor que la que ellos recibieron de sus padres. Esta solidaridad intergeneracional es la base de la continuidad histórica de la Nación.
El inicio de la Transición.
Aquí es donde se van a concretar con éxito los propósitos de Fontán, largamente sostenidos a lo largo de muchos años.
El Rey dio las claves de lo que pretendía el 22 de noviembre de 1975, en la sesión solemne de las Cortes Generales donde se produce su toma de posesión como D Juan Carlos I Rey de España. En su histórico discurso el Rey dijo “Hoy comienza una nueva etapa en la historia de España, fruto del esfuerzo común y de la decidida voluntad colectiva. La institución que personifico integra a todos los españoles. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional.
Unos meses después y dando testimonio de inequívoco compromiso nacional, un hombre de su generación Adolfo Suárez interviene en las Cortes para defender la Ley de la Reforma Política. En su ya histórico discurso, dijo: “En nombre del Gobierno les invito a que iniciemos la senda racional de hacer posible el entendimiento por las vías pacíficas. Este pueblo nuestro pienso no nos pide milagros, ni utopías. Pienso que nos pide que acomodemos el derecho a la realidad, que hagamos posible la paz civil por el camino de un diálogo que sólo se podrá entablar con todo el pluralismo social dentro de las instituciones representativas. Vamos - continuó Suárez – sencillamente a quitarle dramatismo a la política. Vamos a elevar a la categoría de normal lo que al nivel de calle es simplemente normal. Vamos a sentar las bases de un entendimiento duradero bajo el imperio de la Ley. Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea una vez más, un paréntesis en la historia de España. Y acaba su discurso con los versos de Antonio Machado: “Está el hoy abierto al mañana / mañana infinito. Hombres de España, ni el pasado ha muerto. Ni está el mañana ni el ayer escrito”.
No voy a hablar de política concreta sino de valores humanos y políticos que se manifiestan , tan sólidos , en la trayectoria política de Fontán . Pueden vds, si lo desean consultar en el libro de temas relativos a la elaboración Constitución, el papel de la Unión de Centro Democrático, la actuación de los liberales en la Transición, la pérdida de Joaquín Garrigues los grandes pactos nacionales que hicieron posible la Constitución, la renuncia de D. Juan el 14 de mayo de 1977.
El Valor del entendimiento. Su estilo político.
Lo que estaba claro es que si conseguía extender el valor del entendimiento en la sociedad española, sería más fácil alcanzar el fin de la justicia política. Fontán pertenecía por formación y por talante al tipo de personas que desean expresarse con un lenguaje moderado, conciliador, que busca soluciones y que no incremente la brecha de las distancias políticas. Esto se sustenta en el diálogo, la clarividencia de argumentos, la solvencia en el conocimiento de los problemas, el acercarse sin arrogancias, ni desprecios, ni descalificaciones, a las posiciones de los demás. Todos esto valores se ejemplarizan en el consenso constitucional.
Pero tan importante como su credibilidad, duración, vigencia, beneficios u otros efectos generados por la Constitución, es, a mi juicio, el espíritu de la Transición, cuyo fruto más destacado es la propia Constitución. Su obra transciende a ella y representa un estilo de hacer política, una forma de actuar, un legado de patriotismo y de responsabilidad de una generación que hizo de la defensa del interés general y de la generosidad política un ejemplo encomiable de lo que debe ser la conciencia nacional, el ejercicio ciudadanía y cómo ésta tiene su cabal manifestación en el compromiso político.
El Espíritu de la Transición.
El espíritu de la Transición es el de la unidad nacional. Esto conlleva: una disposición sincera de renuncia al maximalismo político para que ganase el país en su conjunto; un honrado desprendimiento de viejas posiciones dogmáticas, supeditándolas al propósito común; una limpia actitud de escuchar, con respeto, consideración y educación mutua, las ideas y las razones de los otros (la otreidad), argumentando con miras elevadas los planteamientos políticos sin denigrar o ignorar los del adversario político, no descartando de antemano que pudiera tener, total o parcialmente razón.
La cultura del pacto es la del diálogo y la disposición al mismo se basa en la responsabilidad política y ésta en un hondo compromiso moral con la Nación. El fruto de esa cultura propiciadora y ensalzadora del debate democrático, fue y es el consenso.
La generación de la Transición tuvo el coraje y la firmeza política para desde el patriotismo desinteresado y comprometido, desdeñando el rencor y la ira sin mirar atrás, sino más bien fortaleciendo el valor del entendimiento, dar valientemente los pasos necesarios para construir el edificio común desde donde poder encarar con esperanza y confianza un nuevo horizonte nacional.
La Transición nos deja una clara percepción del significado de algunos valores o actitudes cívicas, que tuvieron allí una excelencia pletórica. Así sobresalen el sentido del deber, la responsabilidad, la búsqueda del compromiso, la capacidad de integración, la prudencia, la sensatez, la moderación, la generosidad, el aplomo, la audacia, el peso de la coherencia, la importancia de la cordialidad, el derecho a equivocarse y el derecho a disentir. Destacan asimismo el juego limpio, la Buena Fé, la capacidad de superar la adversidad, el valor de la justicia política, la defensa de la libertad sobre cualquiera otra consideración, el respeto a las reglas y a la palabra dada, la templanza o el sentido de la proporción política.
No cabe duda de que la Transición no fue un oasis, ni una panacea. No pretendo idealizarla. La Transición fue y debería seguir siendo una referencia de cómo en un determinado y crucial momento de la historia, todos supieron crear un clima político de altruismo y responsabilidad desde la ejemplaridad del ejercicio de ciudadanía. Fue también un momento donde la política parecía una cuestión de tacto y de tono.
Porque por encima de todo latía una determinación cívica de estar a la altura de lo que España necesitaba, de cauterizar heridas y no abrirlas, de dejar atrás la homilía de la resignación reemplazándola por una emoción entusiasta, de aportar a la nación lo mejor de cada uno.
Con todas sus insuficiencias pero con todos sus aciertos, ahí queda la obra de la valerosa generación de la Transición política que fundó la democracia, en la que Fontán tuvo un papel importante al que me gustaría rendir tributo y homenaje. Lo hago por muchas de las razones aquí expuestas, pero sobre todo porque supieron construir, obviando la primacía de la España de unos sobre la de los otros, la España de todos. La España nuestra que es también la de los unos y la de los otros. Supieron separar el grano de la paja, vencer la exclusividad de sus ideas aportando la plenitud de las potencias de su alma española al proyecto de todos.
INTERVENCIÓN DE DON JOSÉ LUÍS MORALEJO
CICERÓN
Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) fue el mayor intelectual romano de sus tiempos, los últimos de la República, y tal vez de toda la historia de Roma. Su vasta y variada obra ha pasado a la posteridad como modelo de la mejor oratoria (unas cinco docenas de discursos conservados), como norma y preceptiva de la misma (sus tratados retóricos), y también como la mejor aportación que a la filosofía lograron hacer los romanos. Además, Cicerón fue un hombre de acción, un político importante: el mayor y casi último defensor –no con las armas, sino con la palabra- del régimen republicano que había hecho la grandeza de Roma y que acabaría liquidado por el populismo de Julio César y sus sucesores. Como muchos años después diría Séneca, Cicerón, aferrado a los restos de esa república que intentaba salvar, naufragó con ellos en el agitado mar de los nuevos tiempos. De su peripecia vital tenemos una idea de máxima resolución, sin paralelo en la Antigüedad, gracias a las, aproximadamente, 1000 cartas suyas y de sus corresponsales que han llegado hasta nosotros.
Cicerón era, y sin pudor alguno lo reconocía, un homo nouus, un hombre sin abolengo, que no contaba en su familia con nobles ancestros ni con ilustres magistrados. Había nacido en Arpino, un municipio del Lacio meridional situado a unos 100 kms al S. de Roma, de una familia de equites, de caballeros romanos, que venían a ser algo así como la burguesía de entonces; en todo caso gente acomodada. Por ello su padre pudo darle a él y a su hermano Quinto la formación superior que capacitaba a cualquier ciudadano romano para aspirar al clásico cursus honorum, la carrera político-administrativa. Y de hecho sabemos que algunos miembros de la familia habían intervenido desde tiempo atrás en política.
Dado que la oratoria era la columna vertebral de esa formación superior de la que hemos hablado –en realidad su fin principal- no nos extrañará que precisamente en ese campo hiciera el joven Cicerón sus primeras armas. Su debut ante los tribunales de justicia –pues un orator era ante todo un abogado- se produjo en el año 81 a. C. con su Defensa de Quincio, seguida en el 80 por su Defensa de Roscio Amerino, una y otra causas con implicaciones políticas, pues lo llevaba a enfrentarse con el entorno de Lucio Cornelio Sila, el despiadado dictador aristocrático. Tal vez para ponerse a resguardo de resentimientos, en el año 79, nuestro joven orador decidió hacer una excursión al este, algo, por lo demás, ya tradicional entonces, para escuchar a algunos de los grandes retóricos y oradores griegos que por allí enseñaban. Entre ellos estaba Apolonio Molón, de Rodas, al que ya conocía por alguna de las misiones diplomáticas que había ejercido en Roma, y del que Cicerón cuenta que lo ayudó a podar el estilo un tanto exuberante de sus primera oratoria. En la propia isla de Rodas tuvo ocasión de escuchar las lecciones del filósofo Posidonio de Apamea, por entonces el máximo representante de la escuela estoica.
De vuelta a Roma en el 77 a.C., no se sabe si ya casado con su esposa Terencia, Cicerón prosiguió su ya brillante carrera oratoria e inició su cursus honorum como cuestor, cargo que ejerció en la provincia de Sicilia con las importantes consecuencias que de inmediato veremos y que le valió el acceso al senado. De nuevo en Roma, la ejecutoria forense de Cicerón siguió conociendo éxitos, entre los que es de destacar el del caso Verres. Aquel fue un proceso sonado, promovido por los sicilianos que habían padecido los abusos y crueldades de aquel personaje durante su proconsulado. Los isleños, que guardaban buen recuerdo de la cuestura de Cicerón, le encomendaron aquella demanda ante el senado. Cicerón trabajó a fondo para elaborarla, empezando por recoger minuciosamente las pruebas necesarias. La actuación de Cicerón fue contundente, pues una vez pronunciado el primer discurso de los seis que había preparado, Verres desistió de su defensa, que estaba encomendada a Hortensio, el otro gran talento forense de la época, y se exilió en Marsella, donde –injusticias de la vida- sobreviviría a su acusador.
Tras varias otras actuaciones exitosas, y algún avance en su cursus honorum, en el año 66 a. C. Cicerón accedió al cargo de pretor, anno suo, es decir, como otras veces, a la edad mínima requerida; digamos que siempre fue un número uno. A partir de entonces su oratoria empezó a ser marcadamente política, es decir parlamentaria y concerniente a cuestiones capitales de la gobernación del estado, en la que se decantó por favorecer a Gneo Pompeyo Magno, por entonces el militar de mayor prestigio, en el que él veía la garantía de la República. En fin, en el año 63 a. C. llegó la culminación de la carrera política de Marco Tulio, tras ser elegido para el consulado, junto con Gayo Antonio, padre del luego famoso triúnviro Marco Antonio, y tras vencer en los comicios al famoso Catilina. Sin embargo, éste no se dio por vencido y empezó a preparar su iniciativa revolucionaria. Sergio Catiliana era un noble desclasado, un tanto al modo de algunos tiranos griegos que, decaídos en su fortuna, apelaban al pueblo para hacerse con el poder. Además, el colega Gayo Antonio era más amigo que enemigo de Catilina, por lo que la nave de la República navegaba por aguas especialmente inciertas. La conjura de Catilina se descubrió ya al final del año, cuando estaba para expirar el mandato de los cónsules. Cicerón la denunció en ante el senado en la primera de sus Catilinarias ante el senado (empezando por el famoso Quousque tandem…), y en la segunda y tercera ante la asamblea del pueblo. En la cuarta, de nuevo ante el senado, Cicerón dio cuenta de las medidas tomadas y el senado decretó la ejecución capital de los conjurados que fueron habidos y Catilina, luchando valientemente, encontró la muerte ante las tropas que fueron enviadas en su persecución. En ese año Cicerón había pronunciado ya el resto de los llamados discursos consulares.
Tras su consulado, que Cicerón nunca dejó de considerar providencial para Roma, continuó su activa ejecutoria forense y política; hasta que en el año 58 su mortal enemigo Clodio, investido tribuno de la plebe, presentó e hizo prosperar una moción legislativa por la que se sancionaba con el exilio a cualquier magistrado que hubiera hecho ejecutar a un ciudadano romano sin previo juicio. La moción iba claramente dirigida contra Cicerón y su actuación en el caso Catilina. Y aprobada la misma, marchó en ese mismo año a un destierro que cumplió en las zonas de Grecia más cercanas a Italia. Sus propiedades fueron o incautadas o saqueadas y su grado de depresión lo llevó a rondar la idea del suicidio. Pero al cabo de año y medio, en el 57, otra iniciativa legislativa lo hizo volver a Roma, donde sus amigos lo recibieron de manera triunfal. A su llegada, hubo de litigar por la recuperación de sus bienes en el discurso Pro domo sua y algún otro. Siguieron de nuevo varios importantes discursos forenses, de acusación y de defensa. En el orden político, ya dos años atrás Pompeyo, el más ilustre militar del tiempo, Julio César, el más ambicioso de los políticos, y G. Craso, el hombre más rico de Roma, habían acordado, aunque de manera más bien informal, el llamado primer triunvirato, que, entre otras cosas, proporcionaba al ambicioso César la posibilidad de conquistar en las Galias la gloria militar de la que hasta el momento carecía. Ese pacto fue decepcionante para Cicerón, que veía en Pompeyo el único sustento posible de la República y en César a su peor enemigo. Cuando en el 56 ese pacto se renovó, Cicerón decidió pactar con la realidad y mejorar sus relaciones con el futuro dictador. Y entretanto siguió fluyendo copioso el caudal de sus discursos forenses y políticos, entre los que no faltaron los fracasos como el de su Pro Milone, causa que perdió pese a que muchos estiman que ese es el mejor de sus discursos. Sin embargo, en esos años 50 a. C. se produjo el que podemos llamar el primer retiro de Cicerón, claramente marginado de la política activa por el entendimiento de Pompeyo con César. Sin embargo, fue un retiro productivo, que dedicó especialmente a la composición de sus tratados o diálogos. Por una parte están los de retórica, materia a la que ya había dedicado alguno de sus opúsculos juveniles. Del año 55 data su diálogo De oratore, su máxima obra en ese campo y que algunos consideran como la más perfecta de las suyas en términos literarios. También tuvo tiempo por entonces para iniciar su obra filosófica con el De republica y el De legibus. Este docto descanso se vio interrumpido en el año 51, cuando Cicerón hubo de marchar al gobierno anual que como procónsul debía desempeñar; en su caso el de la provincia de Cilicia, en la costa meridional del Asia Menor, donde incluso tuvo la oportunidad de ejercer el mando militar frente a algunos indígenas insurrectos. Cuando volvió a Roma, estaba a punto de estallar la guerra civil entre Pompeyo y César, que cruzó el tan famoso como insignificante río Rubicón para marchar sobre Roma con las tropas que se le habían confiado para la conquista de la Galia. Cicerón, como Pompeyo y tantos otros republicanos, abandonó la ciudad y rondó por el sur de Italia y luego por los parajes cercanos de Grecia a la espera de los resultados. El conflicto, como se sabe, se saldó el año 48 en la batalla de Fársalo, en Tesalia. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado, y tras él llegó César, para dejarse enredar por los encantos de la bella y astuta Cleopatra. La guerra, como se sabe, tuvo importantes apéndices en África y en Hispania; pero cuando ya estaba claro que a César nadie podía discutirle el título y poderes de dictador.
Comenzó entonces el retorno a Roma de los republicanos más o menos arrepentidos. César se comportó con la mayoría de ellos con su proverbial clemencia y, desde luego, con Cicerón, al que estimaba en el plano intelectual, pero al que no le veía un lugar en el nuevo régimen. Sin embargo, todavía tuvo ocasión de pronunciar los llamados discursos cesarianos, destinados a congraciar con el nuevo amo de Roma a varios de sus amigos que, como él, habían escogido el partido equivocado. Los años 46 y 45 fueron no fueron felices en la vida privada de Cicerón: en el primero se divorció de su esposa Terencia, tras treinta años de matrimonio, para casarse con una jovencilla con la que tampoco llegó a una relación estable. En el 45, a consecuencia de mal parto, murió su hija Tulíola, la niña de sus ojos y principal partícipe de sus confidencias. Y así, profundamente deprimido y forzosamente apartado de la política, Cicerón inició su segundo retiro, no menos lucido que el primero y sobre todo en cuanto a producción literaria. De esa última época datan obras retóricas como el Bruto, el Orador y alguna otra; pero, sobre todo, varias de las más importantes contribuciones que Cicerón hizo a la filosofía: el perdido Hortensio que movería a san Agustín a consagrarse a la filosofía; las llamadas Académicas, el De los extremos del bien y del mal, el De la naturaleza de los dioses, el Del destino, el De la amistad, el De la vejez, el De la adivinación, el De los deberes y las Discusiones tusculanas; es decir, todo un corpus filosófico escrito en un par de años.
El 15 de marzo del año 43 –las famosas idus-, cuando el dictador Julio César entraba en el senado, que, paradójicamente, por aquellos días se reunía en la llamada Curia de Pompeyo, se vio rodeado por una turba de senadores que lo acuchillaron hasta el ensañamiento, tal vez por la necesidad casi sacral que todos sentían de mancharse con la sangre del tirano. No cabe duda de que Cicerón, aunque no estaba implicado en la conjura, debió de celebrar su resultado, pues con él se reabría para Roma la posibilidad de retornar a la vieja libertas republicana. Pero si el golpe de las idus de marzo fue fulminante en su objetivo inmediato, políticamente fue un fracaso: en Roma había muchos cesarianos, que pronto se reorganizaron bajo el mando de Marco Antonio, sobrino de César y lugarteniente suyo, hombre decidido y hasta brutal. Además, por entonces se presentó en Roma el Joven Octavio (ahora ya César Octaviano, aunque no parece que nunca usara tal nombre), sobrino-nieto de César al que éste, en su testamento, había adoptado como hijo e instituido heredero. Octaviano, pese a sus sólo 18 años, no dejó que Antonio le comiera el terreno y hasta llegaron a un cierto enfrentamiento cuando Antonio decidió hacer la guerra por su cuenta a la moribunda República. Y fue un año ominoso para Roma el año 43, en que perecieron en combate los dos cónsules: Hircio y Pansa. Parece que por entonces Cicerón llegó a abrigar la ilusa esperanza de controlar a Octaviano, al que llamaba puer, “el chico” tal vez con una suficiencia que a la postre resultaría equivocada. Por entonces pronunció también Cicerón sus postreros discursos, las 14 Filípicas contra Marco Antonio, remedando el título de las que Demóstenes había dirigido contra la amenaza que a la democracia ateniense suponía Filipo II de Macedonia. Pero el caso es que andando el año 43 las mutuas conveniencias forzaron a Antonio y a Octavio a entenderse y a formar con Lépido el llamado segundo triunvirato. El primer punto del programa común tenía que ser, naturalmente, el de la proscripción de los adversarios políticos; y en la lista de Antonio Cicerón estaba entre los primeros. Antonio lo hizo matar, pero Octaviano, el luego Augusto, lo dejó caer.
A principios de diciembre de ese año 43 Cicerón, sabiéndose perdido, tras intentar huir por mar y mientras vagaba sin destino cierto por sus propiedades del sur del Lacio, fue alcanzado por un piquete de soldados del inclemente Antonio. Asomó mansamente su cabeza de la litera en que viajaba y un esbirro lo degolló de un tajo. Su cabeza y sus manos cortadas fueron llevadas a Antonio, que las hizo exponer en los Rostros la pública tribuna del Foro en la que tanta gloria había cosechado Cicerón; no con la espada, sino con su sola palabra. Pero aquellos tiempos ya eran otros. |
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